En
aquella plaza alguna vez hubo vida, en la eterna ciudad de Tijuana,
por la calle primera, un edificio morado con blanco, Plaza
Revolución, en sus buenos tiempos tuvo considerable auge pero su
muerte fue definitiva, marcada por un desconocido y rápido deceso,
dejando nada atrás mas que los legados de una civilización que fue,
habito, convivió y eventualmente murió ahí, no quedaba mas que la
estructura para interpretar por aquellos valientes que se atrevieran
a pisar lo que los estragos de la globalizacion, el crimen organizado
y la corrupción dejarían atrás
Años
mas tarde un grupo de personas joviales llegarían a quedarse, por un
tiempo, muy corto, pero lo suficiente para usar este lugar como su
trampolín de ideas, de experiencia, amistades, un punto de reunión
en el centro del abandono cuasi-holocaustico, fue aquí donde muchos
se conocieron y forjaron nuevos mundos, visiones, creencias, aquí
donde se gestaría y correría una nueva empresa de aventureros
fieles a sus creencias que no se atreverían ver atrás, ni abajo,
solo arriba y hacia el frente.
Fue
aquí donde esta gente llena de ideas locas, de mentes continuamente
viajando por la eternidad de un espacio que pocos pueden comprender,
donde uno de ellos encontró algo que llamo su atención, era
pequeño, no mas de un pie de alto, esquelético, de latón, con una
forma bastante peculiar, oxidado, reconocido por todos pero a la vez
dejado de lado junto a una antigua silla de parque que se localizaba
en el segundo piso, era un perro de latón con un cordón atado en su
cuello que parecía haberse zafado del lado de esa silla.
Nadie
tenia razón del pequeño adorno hasta que la cuestión cayo sobre la
encargada quien desconocía el propósito de dicho animal, dueño o
productor le era también desconocido y parecía indiferente al
hecho, solo le importaba que no estuviera ahí. Eventualmente la
respuesta vino de otro habitante de esta plaza, alguien que trabajaba
fuera de la misma, quien le dio un mensaje un tanto aterrador.
-Ese
perro le decían el solovino, solo había venido, ve- La respuesta se
volvía cada vez mas obvia. -Y pues ahí andaba y venia el pinche
solovino, que sube el solovino, que baja el solovino, que va el
solovino- Así continuo por unos minutos mas -Y después la plaza se
nos fue quedando vaciá, nombre la gente ya no venia paca y pues que
se nos cae el changarro a todos, y los compas de aquí adentro que le
pegan fuga y dejan un dineral de deuda por todos lados, agua, luz,
teléfono, hasta pinshi coppel creo que le debe esta madre- Por madre
se refería a la Plaza en si, fruto y producto de un Estado que había
tomado eventual posesión de la misma. -Pero pues así esta la cosa,
ta cabrón. ¡Ah si! Y el Solovino pues ahí se quedo arriba,
esperando a la gente, los niños, a todos, se quedo muy triste, ya no
bajaba el wey, de pronto le llevábamos de comer pero ya no quería
ni eso, ni agua, ni nada, solo dormía, y que un día cuando llegamos
nos lo encontramos así, un perrito chiquito chiquito de latón, yo
creo que se awito tanto el wey que ya no quiso saber nada y pues ahí
se quedo, esperando pa ver cuando se nos venia mas gentes pues ya ni
madres ni nada, ustedes son los primeros en un rato, eh, no quiere
entonces una camiseta, están baras, dos por una para que no se me
awite, ándele compa no sea gacho que la situación esta dura, bueno
pues sale-
La
conversación había sido fructífera aunque tomándose tiempo de mas
para evitar comprarle algo al hombre que nadie requería. Aquel perro
era irresistible prueba de que existían amigos fieles a situaciones,
lugares y personas, ese perro era la prueba de la amistad eterna, de
algo que duraba mucho mas allá de la muerte, lealtad hasta la
muerte, en un sueño letárgico de mil años si fuera necesario hasta
que en algún punto el animal llorara una lagrima, observada por
nadie y evaporándose de manera casi instantánea por el inaguantable
calor de verano, por escuchar nuevamente la risa, animo, felicidad y
cantos de gente que habitaba nuevamente una plaza que el tiempo
olvido...
Un perro que el tiempo olvido... |
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