Existen
pocos, muy pocos, que saben como detenerlo. Aquellos que pueden
detenerlo no saben como hacerlo y los que saben están dos metros
bajo tierra.
En
aquella librería había un reloj el cual no vivía, no se movía,
sus manecillas tiesas y la maquinaria silenciosa, moviéndose
suavemente segundo con segundo sin producir un tick o un tock. Cuando
el posible fin del mundo se acercaba el mecanismo comenzó a
funcionar como perfecto reloj y segundo a segundo las manecillas se
acercaban a las 12 de la noche quedándose eventualmente a dos
minutos de la campanada y quedando ahí inerte, por siempre y para
siempre era la esperanza de todos pero solo la muerte seria capaz de
juzgar eso.
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