En la boca de Atlantis, en las planicies esmeraldas,
estaba sentada una figura triste que miraba al horizonte donde se ponía el sol,
su rostro era liso, sus manos duras y llenas de callos, su cuerpo más delgado
que un lápiz y curiosos aros dando vueltas alrededor de su cuerpo, cambiando de
colores oscuros a colores llamativos constantemente.
Detrás de la figura, a unos veinte metros, se
encontraba una espada clavada en la tierra, deshecha a golpes, un martillo
depositado a su lado con un cincel fino, de esta a un metro detrás una piedra
cubica perfecta, sus lados eran exactos, iguales en todo sentido, brillaban de
un naranja intenso cuando la luz daba sobre su superficie y solo unos pocos
podrían ver el mensaje que estaba inscrito en la cara que daba al mar.
En la boca de Atlantis, a la perdida de mis Hermanos
Cuando el sol acaricia mis lágrimas, el viento gélido
se lleva las cenizas
De mi corazón y mi esperanza, de mi fe y mi candor
A las islas de las tierras de Nadie
Entre el alto pasto se movía lentamente una serpiente
brillante como el cobre, observaba con picara sonrisa, deslizándose suavemente
por la tierra cálida, poco a poco comenzó a tomar altura hasta estar a la
altura del pasto, soltó un silbido y la figura le puso atención.
-¿Qué deseas de mi Annunaki, no le basta a tu reina
quedarse con mi trono, también tiene que venir a buscarme en mi exilio?
-El interés de mi reina no es más que el buscar tu
seguridad, no podemos dejar que te pase nada gran Rey de los electos nueve, de
los cuatro sellos, del secreto de los Atlantes. El rostro de la figura se
volvió una pieza sólida y de este salieron trece ojos acomodados en diferentes
partes, cada uno parpadeaba a su propio orden y cambiaban de colores conforme
la luz diera en diferentes ángulos.
-No soy su títere y no me interesan tus halagos, dile
a tu Reina que deje de vigilarme y que no se atreva a mandarme a uno de sus
lacayos.
-Gran Rey, yo solo vengo a darle un mensaje de la
Reina y nada más, no vengo a ofenderlo ni mucho menos a buscar guerra con usted
porque soy un Annunaki y seguimos siendo sus fieles sirvientes, sabe que
nuestra sabiduría nos impide mentir y que así nos comandó que siempre fuéramos.
La figura miro con odio a la serpiente, su antiguo sirviente, y con una
combinación de resentimiento y venganza le respondió.
-Cuando los Annunaki me sirvan nuevamente sin engaños
considerare lo que me vengas a decir pero hasta ese momento prefiero quedarme aquí
como lo que fui que regresar a lo que quieren que sea.
-Rey, subestima a nuestra Reina y por eso creo que es
corto de vista, por eso decidimos unirnos a la gran Reina Verde pero eso no
podemos cambiar en usted, por eso le pido que escuche mi mensaje ya que es
urgente y atenta contra todos los Atlantes. La figura comenzó a extenderse, sus
extremidades se hacían ligeramente más gruesas, su tez clara y dorada, los aros
se multiplicaban alrededor de él y tres pares de alas se extendieron lentamente
de su espalda.
-¿Qué desean de mí?
-Los nueve se han rebelado gran Rey, han separado el
reino en nueve clanes, los cuatro sellos que portan su nombre han sido
quebrados y esparcidos entre ellos, el gran templo profanado y su palacio que
fue el centro de este reino ya no es. La Reina no le suplica, porque ni
nosotros ni ella somos capaces de hacerlo, pero si buscamos de su apoyo en
detener la furia de los Nueve.
-¿Me exilian y ahora quieren que los ayude? Que todo
arda, que todo cuanto toquen se vuelva cenizas y que lo que quede termine en el
mar porque de los Atlantes no debe quedar nada en estas tierras más que esta
piedra. Al terminar extendió su brazo izquierdo al igual que las alas de ese
lado para apuntar a esta, la serpiente simplemente agacho la cabeza y siseo.
-Su orgullo siempre fue nuestra perdición.