El
Astromante.
Lo
observo, por minutos, horas, días e incluso semanas, y me quedo atónito por lo
que veo, es una estatua, una gárgola que se impone sobre aquella silla vieja
que se desintegra, su mirada oscura y perdida refleja las visiones de los campos
elíseos, no recuerdo sus ojos ya, menos por estar perdidos en ese mundo gélido,
sus manos engarrotadas curiosamente, temblando de vez en cuando al igual que
sus brazos, con uñas de tres pulgadas de largo que dan la impresión de
pertenecer a un ente demoniaco; las piernas dobladas, con la apariencia de un árbol
viejo y sus raíces firmemente plantadas al mismo sillón, los pies tiesos y encorvados;
si está vivo, lo sé, porque todavía respira, lo escucho aunque es muy leve, tan
leve que pienso que duerme y lo hará de aquí a la eternidad; su piel es blanca,
casi transparente; el cabello es largo y quebradizo, su vello está lleno de
comida, saliva, mucosidad y otras cosas que no puedo identificar, los labios y
lengua están secos, los dientes amarillos, verdes, quebrados; unos tubos
viajando por la boca son lo único que lo alimentan con una papilla café la cual
es insertada directamente a su estomago; le crece pelo de todos lados; huele de
una manera particular, proveniente de su ropa, de su ser, de varias partes del
cuerpo, del sillón mismo que está inundado de su misma inmundicia y todo esto
parece repugnar a otros pero poco me interesa porque yo solo quiero que regrese
de este estado comatoso, espero fielmente aquí a su lado, como siempre lo he
hecho, como el buen Cerbero he de cuidar este plano hasta ver nuevamente vida
en el o de lo contrario me tendrán que reasignar, odio que me reasignen.
Por: Vicente Manuel Muñoz Milchorena.
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