La
Bailarina
Illina
Kubalovsky se encontraba postrada como gárgola en aquel sillón
viejo, apestoso y quemado por una infinidad de cigarros. A su
alrededor se encontraba un mundo sumido en la oscuridad, de días
mejores, llenos de gloria, donde existía una pequeña llena de
esperanza, con un futuro dentro de la danza exótica del ballet, una
obsesión morbosa que empujaba cada vez más el límite hasta el
grado de la perfección donde no había cabida para nada mas y su
madre se lo decía, su padre, su entrenador, sus pocos amigos, era
algo que comenzaba a quebrar esa mascara hueca, a pesar de que le
traía algo a su corazón este encontraba una debilidad demasiado
poderosa que le haría caer en los brazos de un muchacho cualquiera,
un momento que produjo solo dolor el cual 25 años después le
seguiría día a día causándole horrores continuos. En un momento
se quebró el silencio del cuarto, el sonido de una puerta que se
abría lentamente con un crujido de bisagras y madera vieja, produjo
una delgada figura vestida de bailarina que se acercaba lentamente a
Illina la cual extinguió su cigarro en el sillón y al terminar de
exhalar ese humo mortal lo único que su ronca voz pudo producir fue
“Puta.”
Por: Vicente Manuel Muñoz Milchorena
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