Le
di 20 dólares a un veterano de Vietnam
Si,
nada que presumir, y aunque algunos no lo consideren mucho, o una ridiculez, y
otros lo consideren un dineral de aquellos ayeres, como lo diría aquel boxeador
de apellido Tovareñas que pago mares en Coppel por culpa de alguien ajeno, fue
un acto no de bondad ni de pena, fue algo que hice por justicia a aquel hombre
demacrado de vista cansada, piel arrugada y acida, ropa harapienta, pero de
orden militar para nunca olvidar su procedencia, y unas manos temblorosas que pedían
cualquier clase de ayuda con un mensaje escrito en un pedazo de cartón
dictaminando la famosa leyenda de todos aquellos caídos en desgracia “Lo que
pueda ofrecer es bueno, que Dios le bendiga”, aunque la parte de Dios tal vez
no sea tan factible si lo que mencionaba Nietzsche era cierto.
Esos
veinte dólares fueron lo único que le pude otorgar en el momento pero
desafortunadamente estos se desvanecen en el aire por que nunca le recuperaran
a aquel hombre la dignidad y honor que se merece por viajar, a aquella jungla
donde la vida y la muerte se jugaban al momento de poner un solo pie en aquel
terreno inhumano, y regresar en tiempos de cambio, de amor y paz, música nueva
y melodiosa, para algunos, o extravagante y molesta, para otros, libertad de expresión,
sexualidad, luchas por los derechos, donde el ya no encajaba, donde era como un
monstruo ante los ojos de la sociedad, una sociedad que lo mando a aquellas
tierras la cual siempre ha peleado por la libertad propia y la del mundo bajo
aquellas estrellas y barras de su país por intereses o beneficios generales
propios, tal vez para ganar más influencia dentro de su esfera… o tal vez, solo
tal vez, no ganara absolutamente nada, tal vez fuese una guerra donde se
comprueba la futilidad de la misma y donde la ignorancia a culturas ajenas terminara
por ser un error de cálculo fatal que se paga con miles de vidas.
La ilusión de la
libertad de elección, de igual manera llegas al matadero.
Aquel hombre tenía
dos opciones en los 60 y 70 las cuales tenían una división finamente marcada
entre voluntariamente morir en una selva desconocida bajo condiciones que la mayoría
nunca hubiese vivido en su tiempo de vida y mucho menos soportado de no ser por
dicha guerra o el ser considerado un traidor a la patria y evitar la conscripción,
ser capturado por las autoridades si no se era lo suficientemente listo, ser
forzado a servir o en el peor de los casos pasar tiempo en prisión lo cual quedaría
en su record permanentemente aunque también existía una tercera opción para
todos aquellos que no quisieran servir y esa era la de dejar su país para
siempre. Desafortunadamente con cualquiera de las opciones terminaría perdiendo
algo de sí mismo en el proceso ya fuese su vida, su salud mental o su
identidad. A final del día este hombre opto por unirse a las fuerzas armadas,
ya fuera por opción propia o ajena, que pudo ser producto del terror a las
represalias, por tradición familiar tal vez, por no tener voz en aquellos
tiempos, no ser libre para tomar una decisión propia.
¿Cuántos no
regresaron en cajas de madera, cuantos jamás fueron encontrados en aquellas
junglas mortales, cuantos se perdieron pensando que la guerra no había terminado
todavía, cuantos quedaron atrapados en las manos del terrible Vietcong y
cuantos mas no fueron torturados por años antes de ser liberados, cuantos
padres y madres, hermanos y hermanas, hijos, sobrinos, tíos, primos, no
lloraron sus muertes con dolor y furia, cuántos de ellos no se unirían a estas
filas de hombres que marchaban al principio sin temor y después con respeto
ante tan brutal enemigo, cuantos fueron realmente, cuanto se les debe, cuánto
cuesta el honor, cuantas vidas?
Veinte dólares le
podrá comprar una comida caliente el día de hoy pero no le conseguirá nada más
que eso de una Nación que primero vio con odio y después con compasión, aunque
una compasión de una mano que se medio estira mientras la mirada sigue fija en
cosas más importantes, a todos aquellos que vivieron este conflicto en carne propia
y, como punto y aparte, para los “cobardes” no sería hasta la oficina del
Presidente Jimmy Carter que se les daría un indulto a todos aquellos, cien mil jóvenes
aproximadamente, que evadieron la conscripción a Vietnam al auto-exiliarse a
cualquier otro país que los quisiera tomar y evitar la persecución por parte
del Gobierno.
Aun con este perdón
y respeto que se les otorga no se borra la mancha de su vergüenza al llegar a
casa y ser bombardeado por aquellos que protestaban en contra de Vietnam, no le
hace recuperar todas sus facultades mentales que bambolean en algún lugar de la
Ruta de Ho Chi Minh ni mucho menos le ayudan a olvidar los terrores de la
guerra, no le llena su billetera y si lo hace no es lo suficiente como para
vivir día a día al no poder mantener un trabajo estable, en algunos casos no le
ganaba respeto por el simple hecho de cargar con la única derrota del Titán de
Occidente, muchos jamás lo comprenderían, tal vez yo tampoco por no vivirlo en
carne y huevo pero se mantiene una compasión por aquella vivencia, porque
aquellos ojos pueden muchas veces marcar, pueden hablarnos, pueden gritarnos,
cuando la guerra se ha vuelto un infierno, denotan la mirada de las mil yardas
como coloquialmente se le conoce entre los soldados.
La mirada perdida de
las Mil Yardas, el ejemplo perfecto de cuando el hombre deja de ser hombre.
Aquel hombre se quedara tristemente ahí mientras
escuchamos el grito histérico de una doncella de hierro y nos sumimos en un
viaje largo y mítico que nos lleva a tierras sin conocer.
Por: Vicente Manuel Muñoz Milchorena