-¡Esforzados hijos de Santiago, por vuestras almas, por su Sacra
Cesárea Católica Real Majestad, el Rey Carlos I, y sobre todo Dios
que cuida de Castilla y León. Empuñad vuestros aceros y acabad con
los fieros Mexicanos!- A gritos fue recibida la litania de Cortés
hacia sus hombre, en aquel lugar que seria conocido como la batalla
de Otumba, y a gritos de “Santiago guía mi acero” le respondían
sus hombres aunque difícilmente audible entre los gritos de los
cientos de miles de mexicanos en el valle debajo de ellos.
Mientras iba y venia con su caballo de aquí para acá, entre
relincho y relincho del pobre animal, levantaba Cortés los ánimos
de sus tropas y supervisaba las armas, los aceros, las escopetas,
ambas alineadas a los lados de aquella colina que miraba hacia el
valle y de la cual podían aprovechar su buena posición para
acomodar los cañones a buena vista. Mientras daba una inspección
final uno de los cañones trono e hizo un horrible estruendo que
asusto al caballo de Cortés y le puso a trote directo contra el
acantilado que daba hacia el valle.
-¡Capitán, cuidado!- Grito uno de los viejos soldados, de aquellos
que vivieron la victoria del Capitán, el Gran Capitán Córdoba, en
las guerras de Italia. Corriendo a rescatarle el hombre de pronto
tropezó sin darse cuenta, cayendo por las rocosas piedras, que
estaban muy grandes, mas grandes que el ego de Cortés, causándole
una grave fractura en la cabeza.
-¡Joder!- Cortés, logrando detener su caballo justo al borde, miro
al fondo donde veía al pobre hombre pidiendo ayuda -¡Bueno viejo
terco, que la pelea es aquí arriba y no tenemos prisa!-