Thursday, February 2, 2012

Le di 20 dólares a un veterano de Vietnam


Le di 20 dólares a un veterano de Vietnam

Si, nada que presumir, y aunque algunos no lo consideren mucho, o una ridiculez, y otros lo consideren un dineral de aquellos ayeres, como lo diría aquel boxeador de apellido Tovareñas que pago mares en Coppel por culpa de alguien ajeno, fue un acto no de bondad ni de pena, fue algo que hice por justicia a aquel hombre demacrado de vista cansada, piel arrugada y acida, ropa harapienta, pero de orden militar para nunca olvidar su procedencia, y unas manos temblorosas que pedían cualquier clase de ayuda con un mensaje escrito en un pedazo de cartón dictaminando la famosa leyenda de todos aquellos caídos en desgracia “Lo que pueda ofrecer es bueno, que Dios le bendiga”, aunque la parte de Dios tal vez no sea tan factible si lo que mencionaba Nietzsche era cierto.

Esos veinte dólares fueron lo único que le pude otorgar en el momento pero desafortunadamente estos se desvanecen en el aire por que nunca le recuperaran a aquel hombre la dignidad y honor que se merece por viajar, a aquella jungla donde la vida y la muerte se jugaban al momento de poner un solo pie en aquel terreno inhumano, y regresar en tiempos de cambio, de amor y paz, música nueva y melodiosa, para algunos, o extravagante y molesta, para otros, libertad de expresión, sexualidad, luchas por los derechos, donde el ya no encajaba, donde era como un monstruo ante los ojos de la sociedad, una sociedad que lo mando a aquellas tierras la cual siempre ha peleado por la libertad propia y la del mundo bajo aquellas estrellas y barras de su país por intereses o beneficios generales propios, tal vez para ganar más influencia dentro de su esfera… o tal vez, solo tal vez, no ganara absolutamente nada, tal vez fuese una guerra donde se comprueba la futilidad de la misma y donde la ignorancia a culturas ajenas terminara por ser un error de cálculo fatal que se paga con miles de vidas.


La ilusión de la libertad de elección, de igual manera llegas al matadero.

Aquel hombre tenía dos opciones en los 60 y 70 las cuales tenían una división finamente marcada entre voluntariamente morir en una selva desconocida bajo condiciones que la mayoría nunca hubiese vivido en su tiempo de vida y mucho menos soportado de no ser por dicha guerra o el ser considerado un traidor a la patria y evitar la conscripción, ser capturado por las autoridades si no se era lo suficientemente listo, ser forzado a servir o en el peor de los casos pasar tiempo en prisión lo cual quedaría en su record permanentemente aunque también existía una tercera opción para todos aquellos que no quisieran servir y esa era la de dejar su país para siempre. Desafortunadamente con cualquiera de las opciones terminaría perdiendo algo de sí mismo en el proceso ya fuese su vida, su salud mental o su identidad. A final del día este hombre opto por unirse a las fuerzas armadas, ya fuera por opción propia o ajena, que pudo ser producto del terror a las represalias, por tradición familiar tal vez, por no tener voz en aquellos tiempos, no ser libre para tomar una decisión propia.

¿Cuántos no regresaron en cajas de madera, cuantos jamás fueron encontrados en aquellas junglas mortales, cuantos se perdieron pensando que la guerra no había terminado todavía, cuantos quedaron atrapados en las manos del terrible Vietcong y cuantos mas no fueron torturados por años antes de ser liberados, cuantos padres y madres, hermanos y hermanas, hijos, sobrinos, tíos, primos, no lloraron sus muertes con dolor y furia, cuántos de ellos no se unirían a estas filas de hombres que marchaban al principio sin temor y después con respeto ante tan brutal enemigo, cuantos fueron realmente, cuanto se les debe, cuánto cuesta el honor, cuantas vidas?

Veinte dólares le podrá comprar una comida caliente el día de hoy pero no le conseguirá nada más que eso de una Nación que primero vio con odio y después con compasión, aunque una compasión de una mano que se medio estira mientras la mirada sigue fija en cosas más importantes, a todos aquellos que vivieron este conflicto en carne propia y, como punto y aparte, para los “cobardes” no sería hasta la oficina del Presidente Jimmy Carter que se les daría un indulto a todos aquellos, cien mil jóvenes aproximadamente, que evadieron la conscripción a Vietnam al auto-exiliarse a cualquier otro país que los quisiera tomar y evitar la persecución por parte del Gobierno.

Aun con este perdón y respeto que se les otorga no se borra la mancha de su vergüenza al llegar a casa y ser bombardeado por aquellos que protestaban en contra de Vietnam, no le hace recuperar todas sus facultades mentales que bambolean en algún lugar de la Ruta de Ho Chi Minh ni mucho menos le ayudan a olvidar los terrores de la guerra, no le llena su billetera y si lo hace no es lo suficiente como para vivir día a día al no poder mantener un trabajo estable, en algunos casos no le ganaba respeto por el simple hecho de cargar con la única derrota del Titán de Occidente, muchos jamás lo comprenderían, tal vez yo tampoco por no vivirlo en carne y huevo pero se mantiene una compasión por aquella vivencia, porque aquellos ojos pueden muchas veces marcar, pueden hablarnos, pueden gritarnos, cuando la guerra se ha vuelto un infierno, denotan la mirada de las mil yardas como coloquialmente se le conoce entre los soldados.


La mirada perdida de las Mil Yardas, el ejemplo perfecto de cuando el hombre deja de ser hombre.

 Aquel hombre se quedara tristemente ahí mientras escuchamos el grito histérico de una doncella de hierro y nos sumimos en un viaje largo y mítico que nos lleva a tierras sin conocer.


Por: Vicente Manuel Muñoz Milchorena

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